venres, 28 de xuño de 2013

El día en que el mundo encontró a la Maga

Vaya por delante que sé que Rayuela es una novela para universitarios (y similares). Y que esto es un blog de instituto, al que solo por error o casualidad accedarán lectores veinteañeros, porque los alumnos son demasiados jóvenes y los profes demasiado mayores. Así que haré mías las palabras de Saint-Éxupery y dedicaré esta entrada 
A LOS PROFES, CUANDO ERAN VEINTEAÑEROS.
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Y es que hay cosas que solo pueden entenderse a los  veintipocos años.  Si yo leyera hoy Rayuela, de Julio Cortázar, estoy casi segura de que no entendería el impacto que me produjo en su momento, hace aproximadamente veinte años y medio.  Pero siempre guardo un recuerdo muy especial de esos descubrimientos que, en algún momento de mi vida, consiguieron cambiar mi visión de las cosas.  
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Todavía hoy, veinte años y medio después de haberlo memorizado, puedo recitar palabra por palabra mi fragmento favorito de esta novela. Un fragmento que desde hace tiempo ha dejado de decir nada sobre mí, pero que forma parte de mis recuerdos personales,de un momento en que, para aquella otra yo, la vida era justamente esto:


Entre la Maga y yo crece un cañaveral de palabras, apenas nos separan unas horas y unas cuadras y ya mi pena se llama pena, mi amor se llama mi amor. Cada vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso, adelantándose, solapados a la cosa en sí, al presente puro, entristeciéndonos o aleccionándonos vicariamente hasta que el propio ser se vuelve vicario, la cara que mira hacia atrás abre grandes los ojos, la verdadera cara se borra poco a poco como en las viejas fotos y Jano es de golpe uno más de nosotros. Todo esto se lo voy diciendo a Crevel pero es con la Maga que hablo, ahora que estamos tan lejos. Y no le hablo con las palabras que sólo han servido para no entendernos, ahora que ya es tarde empiezo a elegir otras, las de ella, las envueltas en eso que ella comprende y que no tiene nombre, auras y tensiones que crispan el aire entre dos cuerpos o llenan de polvo de oro una habitación o un verso. ¿Pero no hemos vivido así todo el tiempo, lacerándonos dulcemente? No, no hemos vivido así, ella hubiera querido pero una vez más yo volví a sentar el falso orden que disimula el caos, a fingir que me entregaba a una vida profunda de la que sólo tocaba el agua terrible con la punta del pie. Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impulso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es su orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y del alma que le abre de par en par las verdaderas puertas. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado en prejuicios que desprecio y que respeto al mismo tiempo. Yo, condenado a ser absuelto irremediablemente por la Maga que me juzga sin saberlo. Ah, déjame entrar, déjame algún día como ven tus ojos…

Y también podría recitar de memoria, naturalmente, una de las mejores (si no la mejor) descripciones de un beso que podemos encontrar en la literatura: el famosísimo capítulo 7
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Claro que la cantidad de fragmentos memorables que contiene una novela tan sugerente como esta podría llenar, por sí sola, todo un blog. Una pequeña muestra:  este vídeo en el que se recogen las lecturas o recitados que diferentes personas han seleccionado:
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O este otro vídeo, ilustrado con imágenes que traerán a los lectores muchos recuerdos sobre detalles inolvidables (¿alguien puede seguir viendo un paraguas en un paraguas después de leer la novela?)
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En fin, que hoy, 28 de junio de 2013, se cumplen nada menos que 50 años de la publicación de Rayuela, y las iniciativas para recordarla inundan los medios de comunicación:

  
Yo, naturalmente, no volveré a leerla, porque no quiero romper la magia del recuerdo.  Ya he dicho que hay cosas que solo se entienden a los veintipocos años. Pero algún día nosotros los tuvimos, nuestros alumnos los tendrán, y  la novela permanece y permanecerá ahí, tan joven como cuando la publicaron por primera vez, abriendo perspectivas lectoras... y vitales.

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